Los secretos de la carrera espacial rusa.(2/2)


Paranoia Selenita

Uno de los datos presentados en el anuncio oficial llamó especialmente la atención en Estados Unidos: el ingenio tenía una masa de 361,3 kg una cifra que hizo pensar en un error en la colocación de la coma decimal. Nada más lejos de la realidad: la superioridad soviética en materia de propulsión era aplastante. Teniendo en cuenta el peso de las miniaturizadas bombas nucleares estadounidenses, quedaba claro que un cohete como aquel habría podido enviar un dispositivo atómico hacia la Luna e incrementar el número de cráteres de su superficie. ¿Lo harían algún día?

Algunos periódicos occidentales empezaron a hacerse eco de este y otros rumores. Según estos, entre las siguientes misiones soviéticas se encontraba el envío hacia la Luna de numerosas naves que, lanzando un colorante rojo sobre su superficie, la convertirían para siempre en un paraje totalmente escarlata, como signo imperecedero del dominio comunista sobre el mundo. El motor que condujo a la Lunik hacia su destino llevaba a bordo un kilogramo de sodio que, al ser quemado mediante una sustancia parecida al napalm, creó una especie de nube amarillenta perfectamente visible desde la Tierra mediante telescopios. Esta ayuda visual para seguir la trayectoria del vehículo, una especie de cometa artificial, alimentó sin duda los rumores.

Además, a bordo de la sonda viajaba una pequeña esfera metálica diseñada para estallar y esparcirse en la Luna en 72 fragmentos, cada uno grabado con el escudo de la hoz y el martillo. Su objetivo era crear un auténtico monumento a la ideología comunista y a la patria (y quizá reclamar la propiedad de la Luna), algo frustrado por el desvío de la sonda.

Treinta años después las autoridades soviéticas reconocieron que la órbita solar de la también llamada Mechta (sueño) tenía su origen en un error de guiado. Para la historia, sin embargo, el Lunik permanecerá por méritos propios como nuestro primer enviado hacia los espacios interplanetarios. 

Grupo de ingenieros soviético que desarrolló el Sputnik-1

La cara oculta

El objetivo inicial del Lunik, el impacto contra la superficie lunar, quedaba pendiente y aún podía convertirse en primicia. Korolev creía que el choque demostraría la precisión de sus sondas y, de paso, de sus misiles. Si un cohete R-7 podía enviar hacia un punto concreto de la Luna ubicado a 400.000 km de distancia una sonda, ¿qué no podría hacer con una bomba nuclear en dirección a una ciudad estadounidense, situada a pocos miles de kilómetros? Por eso, y sin la urgencia previa, se mejoró la sonda E-1 para volver a intentarlo.

El 3 de marzo la Pioneer-4 fue disparada hacia la Luna y, aunque logró seguir los pasos de su predecesora soviética, pasó muy lejos de ella (60.000 km). Con este intento todas las sondas lunares preparadas por los militares estadounidenses habían sido ya lanzadas, con un muy magro resultado. A la espera de que la NASA preparara su propia serie, Korolev tenía tiempo para seguir adelante con su particular cruzada. Además, inició otros proyectos aún más ambiciosos: la sonda E-5, que podría orbitar la Luna, la E-6, que se posaría en su superficie, y la E-7, que levantaría mapas de esta última desde el espacio.

El 18 de julio de 1959 la primera E-1 mejorada partió desde Baikonur, pero se destruyó durante el vuelo al descontrolarse su cohete. El 9 de septiembre otro ejemplar vio abortado su lanzamiento y tuvo que ser retirado de la rampa de despegue. Por fin, el día 12, prácticamente un año después del primer intento de percutir contra la superficie de la Luna, el Luna-2 voló hacia ese objetivo. Impactó contra una zona situada entre los mares Imbrium y Serenitatis y se convirtió en el primer objeto fabricado por el hombre que alcanzó otro cuerpo celeste.

El logro fue explotado convenientemente. Coincidió con una visita de Jruschov a Estados Unidos y el premier regaló a su homólogo, un contrariado Eisenhower, una réplica de la esfera que se había fragmentado sobre la Luna esparciendo el escudo de armas soviético.

El grado de satisfacción de Jruschov era superlativo. Ahora sus “enemigos” sabían de qué eran capaces sus cohetes. Pero no se detendrían ahí. El próximo paso sería enviar a la Tierra imágenes de la cara oculta de la Luna. De paso, probarían la tecnología que permitiría espiar el territorio estadounidense. El Luna-3 despegó con esta misión el 1 de diciembre de 1959 y, aunque borrosas, envió las preciadas fotografías. Las imágenes fueron interceptadas por la antena del observatorio Jodrell Bank (Reino Unido) y llegaron a la prensa occidental antes de que las autoridades soviéticas dieran el visto bueno, lo que motivó sus más enérgicas protestas ante tal acto de “piratería”. De hecho, aparecieron deformadas, devaluando la hazaña de la pequeña sonda E-2.

Durante 1960 Korolev introdujo la serie E-3, equipada con mejores cámaras para captar la cara oculta de la Luna. El lanzamiento de la primera sonda, el 15 de abril, resultó fallido (solo alcanzó 200.000 km de distancia). La segunda, en reserva, lo intentó al día siguiente, pero explotó en la rampa de despegue.

Aquí finalizó el periplo de las sondas lunares soviéticas de primera generación. Considerando cumplidos los objetivos básicos iniciales, Korolev y su equipo desviaron su atención hacia Venus, Marte y, especialmente, hacia la puesta en órbita del primer ser humano. Medio siglo después del primer intento de conquistar Selene el mundo vuelve a mirar hacia ella, pero la paranoia política ha quedado atrás. Los rivales de antaño colaboran en el espacio y quién sabe si algún día compartirán aquello que una vez se disputaron.

Misil militar R-7 soviético que se utilizó para lanzar los satélites

Serguéi Korolev: El “ALMA” del suelo espacial de la Unión Soviética

Serguéi Korolev fue uno de los padres de la Cosmonáutica en el mundo, un genio que proporcionó a la URSS sus mejores días en el ámbito espacial. Desde muy joven soñó con viajar hacia otros planetas, por lo que se involucró en el desarrollo de primitivos cohetes con otros aficionados. Muchos de estos hombres, después ingenieros, permitieron a la Unión Soviética construir sus futuros misiles y cohetes espaciales. Pero en 1938 Korolev cayó víctima de las purgas estalinistas y fue encerrado durante 6 años, que incluyeron una estancia en un gulag siberiano. Desde entonces su salud se resentiría frecuentemente. Cuando lo liberaron fue rehabilitado debido a su experiencia, ya que hacían falta ingenieros que estudiaran el primer misil militar de la historia (la V-2 alemana) y que desarrollaran dicha tecnología para el país.

Korolev ascendió a lo más alto del escalafón y su grupo de trabajo se ocupó de diseñar el ICBM soviético. Pero nunca olvidó su sueño de viajar al espacio. En cuanto pudo propuso lanzar un satélite artificial, iniciativa que solo fue aprobada cuando EE.UU. anunció algo semejante. Desde ese momento Korolev dirigió la mayoría de los programas, incluyendo el primer satélite, la exploración de la Luna y los planetas, el primer vehículo tripulado y el programa tripulado lunar. Obsesionado por alcanzar la Luna antes que EE.UU., trabajó sin descanso hasta que su salud se lo permitió. Dada su trayectoria, su existencia siempre fue ocultada por la URSS, que temía que fuera secuestrado por EE.UU. Cuando murió en 1966, el programa lunar, falto de liderazgo, colapsó, y el Apolo-11 venció en la carrera hacia nuestro satélite.
El luna-1

¿Sabías qué...

…los primeros años del programa espacial soviético estuvieron diseñados única y exclusivamente para obtener réditos militares y propagandísticos en el resto del mundo?

La Curiosidad

Los estadounidenses llegaron a temer que la Luna se convirtiera en el monumento definitivo al comunismo. Esto se debió tanto a la paranoia de la época por la carrera espacial como a la propaganda soviética y a la humillación que había supuesto para EE.UU. la hazaña del Sputnik.
Nikita Jruschov, que dio el visto bueno al programa espacial de la URSS

Luna-15: Un intento desesperado

La carrera lunar se intensificó cuando se iniciaron los programas tripulados hacia nuestro satélite. Estados Unidos participó con el Apolo y los soviéticos con su N-1/L-3. Durante algún tiempo ambas potencias lucharon frente a frente, pero pronto resultó evidente que los primeros ganarían esta competición. Entonces la URSS optó por negar que tenía en marcha un programa tripulado lunar, asegurando que solo tenía previsto enviar sondas automáticas. Las sucesoras de las primitivas Luna eran más sofisticadas que aquellas. Algunas se posaron suavemente en la superficie de nuestro satélite y otras intentaron pasearse o recoger muestras para traerlas a la Tierra. Con el Apolo-11 estadounidense volando ya hacia Selene, los soviéticos lanzaron su última esperanza: el Luna-15. Si lograba su propósito, podría traer muestras de suelo lunar antes que Neil Armstrong y sus compañeros.

En Estados Unidos se temió lo peor. Incluso existían rumores de que el Luna-15 intentaría sabotear el alunizaje del módulo lunar tripulado interfiriendo en sus comunicaciones o impidiendo sus objetivos. Nada de ello ocurrió, y el último cartucho soviético, cuando los astronautas del Apolo-11 volvían ya a casa cargados con varios kilogramos de muestras, explotó en sus manos: el Luna-15 descendió y encontró su final al chocar contra una montaña.

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